Tuesday, March 28, 2006


Deberíamos estudiar este texto, muestra el Programa Militar de Kirchner.-

TEXTO COMPLETO DEL DISCURSO DE KIRCHNER EN EL COLEGIO MILITAR
EN EL ACTO DE CONMEMORACIÓN DEL “DÍA NACIONAL DE LA MEMORIA POR LA VERDAD Y LA JUSTICIA”

“En los momentos terribles de la noche dictatorial, fueron mujeres y
hombres, pero sobre todo mujeres, mujeres, las que se organizaron para
enfrentar a la barbarie, Madres y Abuelas de Plaza de Mayo”

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El 24 de marzo de 1976 y hasta el 10 de diciembre de 1983, se instaló en
nuestra Patria un gobierno de facto a cargo de las Fuerzas Armadas que se
atribuyó la suma del poder público, se arrogó facultades extraordinarias y
en el ejercicio de esos poderes ilegales e ilegítimos aplicó un terrorismo
de Estado que se manifestó en la práctica sistemática de graves violaciones
a los derechos humanos.
En el juicio a las Juntas la causa 13.984 caratulada “Jorge Rafael Videla y
otros” quedó suficientemente probado que a partir de ese día se instrumentó
un plan sistemático de imposición del terror y la eliminación física de
miles de ciudadanos sometidos a secuestros, torturas, detenciones
clandestinas y toda clase de vejámenes. En este propio Colegio Militar
fueron secuestrados cadetes que luchaban por la vida y por la democracia.
Por eso nunca más el terrorismo de Estado, hasta acá llegó.
Hace pocos días el Honorable Congreso de la Nación dispuso por ley que esta
fecha, “Día Nacional de la Memoria por la Verdad y la Justicia”, figure
entre los feriados nacionales inamovibles. Debe ser ésta, entonces, una
jornada de duelo y homenaje a las víctimas y también para la reflexión
crítica sobre la gran tragedia argentina que se abrió un día como hoy de
1976 con el golpe militar que fue el camino y el instrumento del terrorismo
de Estado, la más cruenta de las experiencias antidemocráticas que nuestra
Patria haya padecido.
Venimos hablar en este día a los jefes de las Fuerzas, a los generales,
almirantes y brigadieres, a los oficiales superiores, a los oficiales
jefes, a los jóvenes oficiales, a los suboficiales, a los soldados
voluntarios, al personal retirado y a los civiles que trabajan en
instituciones castrenses, le hablamos a las mujeres y a los hombres de la
institución militar, pero también hablamos para toda la sociedad, porque
aquel golpe no se redujo a un fenómeno protagonizado por las Fuerzas
Armadas.
Los golpes de Estado padecidos por los argentinos han tenido en el siglo
XX
una larga, luctuosa y difícil historia y nunca constituyeron sólo episodios
protagonizados por militares.
Sectores de la sociedad, de la prensa, de la iglesia, de la clase política
argentina, ciertos sectores de la ciudadanía tuvieron también su parte cada
vez que se subvertía el orden constitucional. Lo digo porque no todos han
reconocido todavía su responsabilidad en los hechos.
Cuando alguien abría la puerta de los cuarteles para ir hacia el poder y en
contra de las instituciones de la democracia, previamente habían concurrido
otros a golpearlas; poderosos intereses económicos cuya representación ha
sido y es patéticamente minoritaria trabajaron incansablemente para
deteriorar las instituciones democráticas y facilitar el atropello final a
la Constitución.
Han contado también con el aporte de otros factores culturales, el aporte
de distintas concepciones del mundo de diversas ideologías, de los medios
de comunicación y de muchas instituciones que nunca toleraron el principio
rector de la soberanía popular; había algunos que hasta decían que el
general Videla era un general democrático y que era la transición que
necesitábamos. (APLAUSOS) Esa soberanía popular que es base irrenunciable
de la institucionalidad republicana democrática.
Ese conglomerado económico cultural, social y político trató y lo logró por
mucho tiempo de convertir a las Fuerzas Armadas en el brazo instrumental y
protagónico de ese proyecto que afectó tanto a la estructura de la sociedad.
A partir del 24 de marzo de 1976, se aplicó un plan coordinado y
sistemático de exterminio y represión generalizados, con un costo humano
minuciosamente calculado, que sometió a miles de personas al secuestro, a
la tortura y a la muerte y los convirtió en “ausentes para siempre”,
“ausentes para siempre”, como cínicamente proclamó el mayor responsable
de los crímenes.
Otros miles poblaron las cárceles sin causa o con procesos ilegales y
muchos miles más encontraron en el exilio la única forma de sobrevivir.
Cientos de niños fueron arrancados de los brazos de sus madres en
cautiverio al nacer y privados de su identidad y de su familia.
No se trataba de excesos ni de actos individuales. Fue un plan criminal,
una acción institucional diseñada con anterioridad al 24 de marzo y
ejecutada desde el Estado mismo bajo los principios de la doctrina de la
Seguridad Nacional.
La mayoría de las víctimas pertenecían a una generación de jóvenes, hijos
de muchos de ustedes, hermanos nuestros, con un enorme compromiso con la
Patria y el pueblo, con la independencia nacional y la justicia social, que
luchaban con esperanza y hasta la entrega de sus vidas por esos ideales.
Pero más allá de estos miles y miles de víctimas puntuales, fue la sociedad
la principal destinataria del mensaje del terror generalizado.
El poder dictatorial pretendía así que el pueblo todo se rindiera a su
arbitrariedad y su omnipotencia. Se buscaba una sociedad fraccionada,
inmóvil, obediente, por eso trataron de quebrarla y vaciarla de todo
aquello que lo inquietaba, anulando su vitalidad y su dinámica y por eso
prohibieron desde la política hasta el arte.
Sólo así podían imponer un proyecto político y económico que reemplazara
al proceso de industrialización sustitutivo de importaciones por un nuevo
modelo de valorización financiera y ajuste estructural con disminución
del rol del Estado, endeudamiento externo con fuga de capitales y, sobre
todo, con un disciplinamiento social que permitiera establecer un orden que el
sistema democrático no les garantizaba.
Para el logro de estos objetivos querían terminar para siempre con lo
distinto, con lo plural, con lo que era disfuncional a esas metas. Ese
modelo económico y social que tuvo un cerebro, que tuvo un nombre y que
los argentinos nunca deberemos borrar de nuestra memoria y que espero que
también la memoria, justicia y verdad llegue, se llama José Alfredo
Martínez de Hoz. (APLAUSOS)
Lamentablemente, este modelo económico y social no terminó con la
dictadura; se derramó hasta fines de los años 90, generando la situación
social más aguda que recuerde la historia argentina. (APLAUSOS)
Víctima de ese modelo fue el pueblo, que sufrió empobrecimiento y
exclusión, de las que todavía hoy afrontamos las terribles consecuencias.
Lamentablemente, los verdaderos dueños de ese modelo no han sufrido
castigo alguno.
En los momentos terribles de la noche dictatorial, fueron mujeres y
hombres, pero sobre todo mujeres, mujeres, las que se organizaron para
enfrentar a la barbarie, Madres y Abuelas de Plaza de Mayo. (APLAUSOS)
Esta casa y esta institución del pueblo las recibe con los brazos y el
corazón abiertos, reconociéndoles su tremendo valor. Ese puñado de
mujeres sin más poder que su dolor, su amor y su coraje, enseñaron el camino de
la lucha para reconstituir un orden democrático y por conseguir una cuota de
justicia y de verdad. Ellas fueron un maravilloso ejemplo de la
resistencia frente a la barbarie que trató de suplir la lamentable defección de
muchos otros.
Todos hemos aprendido de aquel error. Ese proyecto criminal ha sido
derrotado en la conciencia política argentina. Nuestra sociedad, en la
que casi la totalidad de los sectores políticos, sociales, culturales y
económicos rechaza ese pasado, lo juzga críticamente y es por su lucha
que los impedimentos jurídicos para el juzgamientos de crímenes contra la
humanidad, están derogados y la Justicia desarrolla su tarea con total y
absoluta independencia.
La dictadura militar fue una gran tragedia para el país; su ejecución,
repito, no fue solamente una responsabilidad castrense; también los
sectores dominantes de la vida económica y cultural contribuyeron a
construir esa Argentina sometida a una estrecha, mezquina y explotadora
concepción del mundo.
La gravedad de lo ocurrido, su saldo luctuoso y desgarrador, las
monstruosas y aberrantes conductas en que incurrieron las Fuerzas Armadas,
las consecuencias de la concentración económica, el desempleo, el aumento
de la pobreza, la destrucción de la economía local y la exclusión que se
derivaron del modelo implementado, hacen imperativa la reflexión sobre
ese período.
Porque el pueblo que no piensa su pasado y que no lo elabora, corre el
grave riesgo de repetirlo; pero más importante aún que recordar, es
entender, aunque para entender es indispensable también recordar. Ese
proceso de recordar, esa reconstrucción de la memoria, es un valioso
mecanismo de resistencia.
Obviamente, es también un ámbito de conflicto entre quienes mantienen el
recuerdo de los crímenes de Estado y quienes quizás, algunos todavía con
buena intención pero otros buscando su propia impunidad, proponen dar por
cancelado ese período y pasar a otra etapa argumentando que la clausura
de la memoria, facilita la reconciliación.
Muy por el contrario, creemos que la memoria no es sólo una fuente de la
historia, sino que es fundamentalmente un indispensable impulso moral y,
además, es un deber y una necesidad ética y política de la sociedad.
Afortunadamente, hoy tenemos una amplia y diversa producción cultural
que, con formato de ensayo, libro, testimonio, obras de ficción, teatro y
cine argumental y documental, expone y discute nuestro pasado inmediato.
Esas elaboraciones, esas discusiones son muy fecundas porque son
plurales. Cuando buscan la verdad y como lógica consecuencia la obtención
de justicia, cuando no persiguen el odio ni la revancha, pueden aportar
el conocimiento del pasado. En ellas la Argentina vive y transfiere su
dinámica y su voluntad de persistencia y transformación a nuestros hijos
y a los hijos de nuestros hijos.
Como Presidente de la República no pretendo construir una verdad
definitiva, que es patrimonio de todas las generaciones. Sólo aporto,
como lo he dicho muchas veces, mi verdad relativa.
Pero sí, debo trabajar duramente para contribuir a asegurar principios
básicos de la convivencia. A los argentinos se nos ha hecho carne, después
de mucho dolor, la necesidad del respeto a la vida y a la dignidad de la
persona humana y de la vigencia efectiva de los derechos humanos que
están constitucionalmente consagrados.
Nuestro íntimo convencimiento es que no puede haber convivencia en paz
y reconciliación mientras queden resquicios de impunidad. Siempre hemos
pensado que sólo con verdad y con justicia, conformaremos una sociedad
que se desarrolle en paz. Nunca hemos creído que eludiendo el veredicto y
forzando el olvido, calmaremos la sed de justicia que exhibe el alma
misma de nuestra comunidad. Sólo castigando a los culpables se liberará de
culpa a los inocentes.
Me han escuchado reclamar públicamente en otros tiempos, que no había
punto final sin verdad; han oído también de mi boca, allí cuando otros lo
apañaban, que no era posible invocar a modo de disculpa legal el
cumplimiento de órdenes manifiestamente ilegales. Igual que en esos casos
siempre hemos cuestionado que la facultad de indultar haya servido para
condonar o aliviar las condenas judiciales impuestas o para impedir el
juzgamiento de los responsables del mayor genocidio que nuestra historia
recuerda.
Lo dijimos cuando se dictaron en la Plaza, lo reiteramos hoy: ni el
punto final ni la obediencia debida ni los indultos fueron los caminos
adecuados para alcanzar la verdad e imponer la justicia. Sólo han sido enormes
heridas y frustraciones cuidadosamente envueltas en las formas pero
carentes de contenido ético.
En todos los casos, lejos de calmar la vocación ciudadana de justicia, se
incrementó día a día, mes a mes, año a año el reclamo de las víctimas, de
sus deudos y de la sociedad argentina.
Sigo anhelando que la verdad y la justicia predominen, pero aspiro
lograrlo respetando el marco institucional que la República impone. Hemos
acompañado la anulación de las leyes de punto final y obediencia debida
en la certeza de que ése era el camino constitucionalmente
adecuado para desandar el sendero de la impunidad al que nos condujeron y
al que nos quisieron dejar atrapados.
En pos de la verdad y la justicia, tal vez sea la hora de desarticular la
red de impunidad tejida a través de aquellos indultos. Algunos tribunales
han declarado ya en casos concretos su inconstitucionalidad, pero esta vez,
también respetando el marco institucional que la República impone, debe
seguir siendo la Justicia quien deba dejar con claridad la
inconstitucionalidad de dichas normas que, a mi juicio, chocan frontalmente
con la ética republicana que recomienda que ante el crimen busquemos la
verdad y anhelemos la justicia.
No es posible reestablecer la calidad institucional y la marcha hacia la
verdad buscando el atajo de lo inconstitucional. Nadie puede pedir que un
decreto derogue a otro a través del cual se indultó. Aquellos indultos
trasgredieron, a mi juicio y a mi verdad relativa, la ley fundamental de
la Patria.
Espero, como se reclama permanentemente, que prontamente la Justicia
determine la validez de esa constitucionalidad o lo que yo pienso a mi
juicio, la inconstitucionalidad de los mismos. (APLAUSOS)
Nos quieren y me quieren, sectores de la extrema derecha y algunos otros,
hacer caer en una trampa, que no podemos dejar que nos lleven a ella por
las democracias, sus instituciones, la verdad y la justicia.
Quiero que mi decisión de seguir buscando la verdad y la justicia siga
siendo tan firme como mi respeto a las normas constitucionales y a las
instituciones de la República en la que la certeza de que todo está
indisolublemente unido.
Queremos poner fin a los códigos del silencio que subordinan todo el
ocultamiento de la verdad. Descorriendo este velo sabemos que contribuimos
a evitar que los verdugos se mezclen con los inocentes y se oculten
detrás de las instituciones.
Con verdad, con memoria y con justicia, con castigo a los culpables,
poniendo las cosas en su justo lugar, echaremos las simientes para
construir un país más justo.
Debo hoy también decir acá que en este edificio y todo establecimiento
militar debe ser para siempre solamente la casa del general San Martín y
sus hermanos en la lucha por la independencia: el general Belgrano y el
almirante Brown.
Debe ser la casa de San Martín, el gran libertador, que combatió en San
Lorenzo, cruzó Los Andes, luchó, libertó Chile y Perú y se abrazó en el
combate independiente con grandes americanos como O’Higgins y el gran
Simón Bolívar.
Debe ser la casa de aquel San Martín que nunca desenvainó su espada en
el campo siniestro de las guerras civiles.
Debe ser la casa del ciudadano general Manuel Belgrano, el hombre que
marchó a su destino del general improvisado y nos legó la bandera que nos
unifica distintivamente como nación.
Debe ser también la casa de Guillermo Brown, ayer y hoy nuestro primer
almirante, el inmigrante que fundó nuestra flota y combatió con denuedo y
sencillez. Y debe ser la casa y la Argentina de los principios
de ese ilustre ciudadano y gran político y pensador argentino que se
llamó Mariano Moreno.
La soberbia, el militarismo y la distancia con el pueblo, nunca estuvieron
en las convicciones de las conductas de estos grandes hombres.
Hemos aprendido nosotros y hoy aprenden nuestros hijos y nuestros nietos
en las escuelas de la Nación, el recorrido de sus vidas y sus proyectos
ejemplares. En sus ejemplos y en el de tantos otros próceres y ciudadanos
anónimos deben inspirarse los militares argentinos y todos los ciudadanos
de la Patria.
Queremos sentirnos orgullosos de que todos los uniformes de los soldados
de la Patria sean respetados en su prestigio y vistos con alegría y no con
temor, como ese temor que tuvimos hace treinta años, queridos hermanos de
las Fuerzas Armadas, que veíamos un uniforme y creíamos que se nos
terminaba la vida.
No sólo aquellos que éramos militantes de mucho tiempo, militantes de
nuestras convicciones, sino con el tiempo una ciudadanía asustada y
aterrorizada. Yo sé que todos los cuadros de hoy tienen una gran tarea
cívica, una gran tarea junto a los ciudadanos de la Patria a construir no
la adhesión a algún partido político o a alguna fuerza determinada.
Acá, desde el Colegio Militar de la Nación, quiero llamar a la conducción
de ciudadanía, queremos sentirnos ciudadanos y para sentirnos ciudadanos,
respeto a los derechos humanos, justicia, equidad, inclusión social e
igualdad de oportunidades para todos los argentinos, con certeza
indiscutible para que todos los sables sanmartinianos protejan al ciudadano
y que el juramento constitucional siempre sea honrado. (APLAUSOS)
Miremos el pasado en nuestras guerras civiles y sin que la mía pretenda ser
una interpretación única de la historia, quiero que reflexionemos sobre
el enorme espacio de espanto que crímenes sin sentido abrieron en nuestra
historia. La inmolación de Manuel Dorrego en el siglo XIX y de Juan José
Valle en el siglo XX, constituyen las marcas iniciáticas de una tragedia
que nos ha azotado hasta el presente.
Creo interpretar a mis compatriotas al estimar con optimismo el futuro, con
esa convicción que proclamamos: nunca más al golpe y al terrorismo de
Estado, por siempre respeto a la Constitución Nacional, verdad, memoria,
justicia y, obviamente, ni odios ni venganzas.
Solos aquellos que no tienen la verdad, solos aquellos que no creen en la
democracia; solo la actitud de aquellos que desprecian la diversidad, la
pluralidad y el consenso y el derecho a pensar distintos, pueden aspirar
a tener esas nostalgias que duelen y espantan.
Queridos jefes de nuestras Fuerzas Armadas, queridos hermanos: cuando
escucho a algunos defender los aberrantes e innobles crímenes y acciones
del ‘76 y levantar el golpe del ‘76, yo creo que no hay pasión humana que
puede llevar a defender tanto terror. No hay ideas diferentes que se pueden
dar -y que se dan en toda democracia- que puedan hacer creer que se puede
construir un país en base al dolor, a la desaparición y a la ausencia,
como dijo ese general casi innombrable.
Quiero terminar así: cuando la prensa del mundo le preguntaba “Y los
desaparecidos, ¿quiénes son?”. Y dio una definición de desaparecidos que
a cada uno en el lugar que estábamos nos espantó: “No están, no existen, no
hay desaparecidos”.
Señor Videla, porque no merece que lo llame general, hay treinta mil
argentinos que fueron desaparecidos de distintas ideas y hay cuarenta
millones de argentinos que fuimos agredidos y ofendidos por su
pensamiento
fundamentalista y mesiánico. Espero que la justicia proceda y a fondo.
Yo estoy seguro que esa verdad y esa justicia debe ser acelerada y
encontrada y este 24 de marzo y todos los 24 de marzo deben servir en el
marco de la construcción de la verdadera memoria. Es una fecha que debe ser
fuertemente consolidada y no tratar de adueñarse nadie de ella, basados a
veces en especulaciones políticas de corto lucro.
Porque queridos hermanos y hermanas, la verdadera vanguardia de la lucha
contra la dictadura fueron las Abuelas y las Madres de Plaza de Mayo.
Muchísimas gracias.

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